El estudio de la familia
como esta institución primordial en la sociedad, exige la revisión de su
estructura, funciones, etapas y sistemas de relación interna y externa. La familia puede ser de tipo nuclear, la mejor vista en
el imaginario del colectivo, pero en las diferentes realidades también existen
las familias monoparental, integrada por padre o madre y los hijos, es decir,
uno de los progenitores se encuentra ausente.
Debe señalarse que, la manera en que se
encuentra estructurada la familia en conjugación con otros componentes
personales y actitud, grupales y sociales, generan por regla situaciones de
crisis temporales o irreversible. Dentro de las familias nucleares, coexiste
con las realidades de la pareja, los conflictos que suelen presentarse son: la
separación, el divorcio, el abandono por parte de unos de los integrantes de la
pareja, la infidelidad, el maltrato físico, psicológico entre otros.
Igualmente, el caso de las familias
monoparentales, específicamente en las cuales no consta la figura del padre, le
corresponde a la mujer asumir toda la responsabilidad de las crianza de los
hijos. Mientras que, en las otras formas de agrupación familiar que constan con
terceros miembros fuera del núcleo, los gastos económicos, tareas domesticas y
el cuidado de los hijos puede originar roses constantes que evidentemente
influyen en la dinámica familiar.
Por su parte, Delgado, Naranjo y otros (2002),
sostiene que en las sociedades occidentales, cada vez con mayor frecuencia, se
destacan dos tipos de familia en específico. La primera, es aquella pareja sin
hijos, la cual se encuentra en etapa de formación y si mantiene esa situación
hasta que uno de los cónyuges muere o abandona el hogar, pasa a la etapa de
disolución, omitiendo así las tradicionales por llamarlas de algún modo etapas
de contacción y extensión.
La institución familiar posee cuatro funciones básicas que pueden
determinar su funcionamiento y prolongación en el tiempo, la cuales son: la
reproductiva, la económica, afectiva y educativa. Al tiempo que, cada individuo
tiene un percepción del grado de funcionalidad de su familia y tal apreciación
tiene que ver con el rol que desempeña dentro de ella, sea como padre, madre,
abuelo, abuela, hija o hija.
Dentro de este marco, la familia
venezolana, desde el punto de vista de su constitución, se ha venido
transformando en las últimas décadas. En referencia a esto, Contreas, Marquina
y otros (2008), señalan que en el país, dos grandes hechos históricos fueron
los principales determinantes en la configuración de la familia actual, en el
primer lugar, la explotación petrolera y minera, y en segundo lugar, el
desarrollo de polos industriales en ciertas regiones del país, que se
transformaron en una fuente considerable de empleos. Ambos hechos, produjeron
un desplazamiento poblacional notable desde áreas rurales hacia zonas urbanas
modernas.
Visto de esta forma, la variable de la
movilidad geográfica interna del país, señala que la proporción de hogares
urbanos es de cuatro a uno en relación con los hogares rurales, distribución
inversa hace sesenta años. Según datos aportados por la Comisión Económica para
América Latina en el 2004, durante el periodo entre los años 1986 y 1999, en
Venezuela la estructura monoparental rondaba a un quinto de las familias, y las
nucleares presentaron una tendencia a disminuir de 56,4% a un 56,2%.
Mientras que, tres años después su
decrecimiento se acelero llegando a ser de del 41% en el 2002. En este periodo,
entre 1990 y el año 2002, las parejas jóvenes sin hijos se incrementaron
ligeramente de 2,8 a 3,3%, y el tipo de familia extendida tuvo una ligera baja
que fue de 30,3% a 28,5%. Cabe destacar que, aportes de Arriaga (2004),
señalan que en 1997, el 27% de las familias latinoamericanas tenían como principal
soporte económico, a la mujer y casi una de cada tres de las familias, la
reconocían como su principal fuente de ingreso.
En relación a esto último, Bravo (2005)
indica que el análisis de la pobreza en el país revela que las mujeres son mayormente
afectadas, ya que entre 1997 y el 2002 superaron en 4% la proporción de hombres
pobres. Aunque, las mujeres contribuyen con el 51% del total de trabajadores
que desarrollan la economía nacional, con un aporte al trabajo mercantil
relativo al 38% y con el 99% a las necesidades de trabajos domésticos.
Ante este escenario, el rol de la
representación materna adquiere una trascendencia imperativa, este fenómeno se
da cuando su pareja la abandona, de modo que la mujer sustituye al hombre como
proveedor. Al tiempo que, cuando constituye una modelo de familia extensa o
compuesta modificada, se apoya en otros familiares y allegados para criar a sus hijos, mientras que ella
desempeña otras actividades para la subsistencia de ese grupo familiar.
Vethencourt (1988), expresa que se
encuentra muy enraizada la práctica de la asunción por parte de la mujer sobre
la responsabilidad casi total de la función de brindar todo lo necesarios para
la crianza de los hijos, sea tangible e intangible como el afecto y los
valores. Lo que también indica que, la madre ejerce control sobre las
actividades y actitudes de los hijos. Asimismo, la mujer asume la tarea de la
correcta distribución de los recursos económicos que aporta ella o su pareja,
para costear los bienes y servicios consumidos por los integrantes de la
familia.
Desde esta óptica, Moreno (1997) asevera
que, la cantidad de familias en situación de pobreza en Venezuela y el aporte
que realiza la mujer a la economía, muestra que su papel se ciñe al ámbito
familiar, dejando como consecuencia diversos grados de restricción para sus
oportunidades a acceder a recursos materiales y sociales, además de su
desarrollo personal en el ámbito educativo y profesional. En función de estas
reflexiones, en la estructura familiar del sector popular, existe una marcada
tendencia de hogares conformados por una mujer abandonada y madre sola, con
toda la carga afectiva y económica de sus hijos.
Este autor agrega además que, por el
contrario a lo ya planteado, la presencia del hombre en la familia, se hace
inestable y en muchos casos, mantiene convivencia paralela y sucesiva con
varias mujeres, conservando una pareja estable sólo por periodos cortos, lo
cual desencadena que la madre se constituye como el centro de la familia.
Por lo antes expuesto, Barroso (1991),
considera que la familia popular venezolana se encuentra inmersa en una cultura
de pobreza, sin importar los recursos económicos ni las oportunidades de
desarrollo con las que cuente. Cultura que se manifiestas en una economía
casera, trabajo jornalero y producción para el beneficio inmediato, fracaso en
la concesión de las iniciativas económicas estables, trabajo no calificado y
desempleo.
Cabe considerar, por otra parte, los
señalamientos de Moreno (1996), quien advierte que a pesar de lo mucho que se
puede decir sobre la familia popular sigue siendo en gran parte desconocida.
Desconocida en cuanto a no ser reflexionada, por los mismos que la ven con la
naturalidad de lo espontáneo, por los que la viven y la creen otra, y sobre
todo por los que la toman como objeto de observación, juicio y conocimiento
desde conceptos, categorías, parámetros y paradigmas que asumen como
universalmente válidos, de modo que sólo logran entenderla como una variación,
desestructuración, atipicidad, anormalidad ante un supuesto modelo universal de
familia.
La pareja no
forma parte del modelo popular de familia. Si se da realmente, y no sólo
formalmente, es una excepción que no invalida el modelo, puesto que la familia
existe sin ella, como existe también son el padre. El padre no posee ningún
lugar en el centro familia sino como instrumento indispensable para producirlo,
por lo tanto un instrumento externo.
La situación antes planteada, permite
asegurar que el padre puede funcionar como un apoyo, pero no el del todo
necesario. Razón por la cual, el autor anteriormente mencionado establece que
la familia popular nacional puede ser definida como “matricentrada”, porque es
la madredad su núcleo estructural y además el sentido completo de la relación
madre-hijo que es su totalidad.
Sin embargo, esta estructura es tan sólida
como cualquier otra, no carente de
fisuras y problemáticas ya que ninguna está libre de ellas. Cabe destacar que,
en este modelo de familia se produce un tipo humano, una manera de ser persona,
muy diferente a lo considerado deseable en las actitudes de un hombre en la
cultura occidental. En esa cultura moderna, el hombre se concibe como sujeto
autónomo, individuo capaz de realizarse por sí mismo en un sistema de
relaciones personales y sociales que el mismo establece y controla, luego se su
infancia y haberse constituido como sujeto.
Hecho contrario a lo que sucede en nuestra
cultura popular, ya que en ella, cada ser humano es estructuralmente madre e
hijo, la mujer a lo largo de su vida siempre asumirá el rol de madre-hija y el
hombre de hijo-hijo. Por lo cual se considera que, el machismo y no la
masculinidad moderna, es el verdadero papel del hombre en la familia popular.
Para Fuller (1997), el machismo criollo
se expresa cuando los hombres utilizan sus rasgos físicos y atributos sociales
para ejercer fuerza, poder, control y dominio sobre la mujer, como un derecho a
tomar decisiones por ella y sobre ella, sobre su cuerpo, su sexualidad, sus
actividades y su tiempo, coartando su libertad y autonomía. El machismo implica
el deseo y la necesidad del hombre por afirmarse constantemente, probando la
hombría y virilidad sobre la mujer, dejando de lado su condición de humano.
Ante esto Hurtado, S (citado por Contreas,
Marquina y otros, 2008), explica que, esto suele justificar el comportamiento
infiel del hombre, porque considera que cuenta con la aprobación tácita de ella
y de la tolerancia social. El control del hombre sobre la mujer determina
modelo de feminidad como el ser: bella, tierna, coqueta, seductora, sumisa,
pasiva, obediente, receptiva, tolerante y paciente. Así mismo, el hombre cree
que ella debe desarrollar en el espacio domestico, siendo responsable de la
crianza de los hijos. Por el contrario, el hombre tiene la libertad de ser
irresponsable, escurridizo, inmaduro, pícaro, como el símbolo de macho que
reproduce el sistema social.
Desde esta perspectiva, la familia popular
venezolana, luego de haber pasado por una tradición histórica de influencia
paterna, hoy en día se encuentra en una matrifocalidad, que es una dinámica
social en la cual la madre ejercita el control sobre la manera de cumplir sus
funciones. Este modelo familiar matricentrado está estructural y funcionalmente
establecido en la sociedad, la madre generalmente es una mujer que tiene a su
cargo todas las funciones que mantienen a una familia, al tiempo que, convive o
no con una pareja y cuya relación se mantiene por cortos periodos de tiempo.
De este modo, la mujer se vincula con su
hijo varón por y desde la ausencia y carencia de pareja, logra formarlo para
que juegue siempre en el rol de hijo y llene su
necesidad de afecto, de forma tal que cuando llega a la adultez busca
parejas para satisfacer sus necesidades sexuales, pero manteniendo cierto grado
de dependencia con su madre. Repitiendo de este modo, un circulo vicioso de las
familias sin padres, y entonces será ese hijo el ausente en la crianza de sus
propios hijos, los cuales constituirán su prueba de masculinidad.
Al respecto, Hurtado, S (1998), sostiene
que el vínculo de la madre con la hija funciona, en cambio, en prepararla para
su propia maternidad y replica el modelo de mujer-madre. Esta repetición
simbólica no favorece la creación y fortalecimiento de valores orientados hacia
el ideal de la familia nuclear, en consecuencia, los lazos afectivos más
fuertes gravitan sobre la madre. Fenómeno presten socialmente en las
generaciones sucesivas y determinando
los modelos o plataformas imaginarias del colectivo, sobre los que se edifican
las normas de convivencia familiar.
En resumidas cuentas, la estructura
familiar venezolana, especialmente las más pobres, se presenta cada vez más una
forma de agrupación, denominada familia compuesta modificada, que consiste en
una serie de familias nucleares, de madres solteras o una mezcla de ellas, que
se asocian sobre una base de organización horizontal, cuya principal rezón de
ser en la ayuda mutua, independientemente de la amistad o vinculación
consanguínea que tengas las personas.
Por último, Moreno (1996), enfatiza que el
modelo de familia popular venezolano no es mejor ni peor que cualquier otro,
porque ha funcionado durante mucho tiempo y sigue asiéndolo;
resolviendo de una manera humanamente satisfactoria, en algunos casos mejor en
otros peor, como toda, los problemas que se le han presentado en su realidad
histórico social.
Por lo que, atribuir a este modelo de
familia supuestos defectos, decretados por fuera, problemas actuales como: la
violencia, la delincuencia y la pérdida de valores que, no se dieron antes,
existiendo este mismo patrón y características familiares, es argumentar en
falso.
Referencias
Barroso, M. (1991). Autoestima del Venezolano. Caracas:
Editorial Galac.
Bravo, R. (2005). Las Metas del
milenio y la igualdad de Género. El caso de la Republica Bolivariana de
Venezuela. Serie Mujer y Desarrollo. Foro de las Naciones unidas para la Mujer.
Santiago de chile, Chile.
Contreras, J; Marquina, M y otros. (2008
Septiembre-Diciembre). La Mujer en el
Contexto de la Familia Popular Venezolana. En: Fermetun [Revista en línea]. Disponible: http://www2.scielo.org.ve/scielo.php [Consulta:
2013, Junio 3].
Delgado, A; Naranjo, J. y otros.
(2002, Abril 4). Análisis de la Estructura, el ciclo Vital y la Crisis de las
Familias de una Comunidad. Medicina
General Integral. 18 (4). 254-256.
Fuller,
N. (1997). Identidades Masculinas.
Lima: Editorial PUC.
Hurtado, S.
(1998). Matrisocialidad. Exploración en
la Estructura Psicodinámica Básica de la Familia Venezolana. Caracas.
Editorial Faces.
Moreno, A. (1996). Familia
Popular Venezolana. SIC- Centro Gumilla.
590 (12) 441-443.
Moreno, A (1997). ¿Padre y Madre?
Cinco Estudios Sobre la Familia Venezolana. SIC- Centro Gumilla. 621 (9) 281-285.
Vethencourt, L. (1988). Mujeres, Trabajo y Vida Cotidiana.
Caracas: Editorial Melvin.