Una mañana de octubre, al despertar con una sopa de
letras en su cabeza y con una sed insoportable, Matilde, la hija del medio, la
chica de estatura y peso “promedio”; la que no tiene ni ha tenido nada
físicamente digno de que alardear o quejarse, pues era eso, la chica que siempre
está en el medio de todo. No era la primera que seleccionaban en los equipos de
educación física del colegio pero tampoco era la última, hecho que
aparentemente puede traumar a algunos. Matilde saltó de su cama al sonar la
alarma justo a las 5:20 de la mañana y era lunes para madrugar y su gran
condición de “deuterofóbica” no la ayudó en nada a empezar el día. Por
alguna razón, su ridícula fobia a los
días lunes la hace morir de ansiedad los domingos en la noche y la trasnocha
como idiota mirando el techo y pensando pistoladas en la oscuridad de su cama.
Quizás eran sus estudios, quizás era
su nula “vida social” o sus solitarias y recurrentes ansias de ver la materialización
de sus lejanos y hasta inverosímiles sueños. Todo el mundo lo sabe y no es un
secreto que para ser alguien en esta vida y mucho más en este país, hay
que hipotecar parte de las experiencias y “emociones” que ofrece la juventud.
Desde muy pequeña ha tenido esas ideas volando por su desastrosa cabeza y ese
irremediable terror a ser alcanzada por ellas.
Así que, al salir de la cama entró a la
regadera con sus medias aún puestas y bajo el chorro de agua cepillo sus dientes,
con cuidado pues sus braces eran todo menos discretos. Se aproximaban las 6:20
a.m y el transporte podría dejarla…una vez más, así que se puso la misma ropa
del día anterior, tomo su fiel y desgatado bolso y se dirigió a la parada de
autobús con los cordones desamarrados y la abertura de los ojos casi
inexistente.
Llegó a la parada y al sólo mirar a la
avenida, vio el autobús estacionarse frente a ella. Saludó como siempre al
señor del transporte con su curiosa y cómica pero genuina sonrisa y se tiro
sobre el primer su asiento, amarró sus cordones y trato de dormir un poco, cosa no muy cierta
pues los huecos donde caía el autobús le hacían pegar su cabeza contra el
vidrio constantemente. Al fin, a las 7:00 en punto, llegó a su primera
universidad, porque la muy trastornada de Matilde estudiaba en 3 universidades
y ni ella sabe cómo llegó a pasar. Caminó como zombie hasta su salón de clases,
los cuales siempre estaban en el segundo piso al final de algún pasillo, sus
compañeros de clases me recordaron el examen que presentarían ese día con una
de las profesoras más extrañamente incomoda de ver, no era fea sólo incomodaba
de alguna manera. Matilde recordó, ese examen sobre algo relacionado con la
semántica, para el cual no había estudiado nada, absolutamente nada, pero esa
mañana estaba tan cansada que ni se pudo sentir mal al respecto.
Entró la profesora de Lengua Española
a eso de las 7:20 con su robusto cuerpo y su llamativo cabello rojo revolución.
Indicó las pautas a seguir e hizo especial engafases en eso de las “áreas
verdes”, a lo cual Matilde curvó sus cejas y la profesora lo notó y repitió algo que tenía que ver con
“la cama de Heidi”, frase que dejó a Matilde tan confundida, como la chica que
se sentaba siempre al frente, pues parecía no entender que la ropa interior se
usa en el “interior”, así que su robusta profesora se acercó con su camisa de
botones a punto de desintegrarse, porque seguramente si se rompiera lo haría en
pedazos microscópicos y mirándola a los ojos le indico en un tono casi
sarcástico que no quería “paja” en ese momento se di cuenta del letargo en el
cual seguramente estaba sumada, pues su anticuada y extraña profesora de Lengua
sabia argumentar frases más “contemporáneas” que ella.
A
las 8:10, finalizó el examen y cruzó sus dedos para no ver un 10 con la infame
tinta roja que los profesores de Lengua aman usar Dejó atrás esos pensamientos y entró a la
última clase de la mañana con el objetivo de sólo copiar como autómata todo lo
que oyera. Salió de la primera universidad a las 12:35 y subió al transporte
para llegar a la segunda universidad,
con un hambre casi inhumana y unos sonidos estomacales completamente
embarazosos y difíciles de excusar con buenos resultados. Al llegar, corrió como
indigente frente a monedas, al ver la fila del comedor casi desierta, ya eran
la 1:20 de la tarde y era razonable que estuviera vacío, por lo cual pensó que
quizás se había acabado la comida lo que destrozo su espirito y e impulso al
correr hacia él.
Port suerte aún quedaban raciones, así que
tomó una bandeja y colocó el primer y más completo plato que vio. Se sentó y al
comer sintió que volvía a tener personalidad, el hambre acababa con su voluntad
y con toda expresión que no hiciera por inercia. Repuesta, entró a su primera
clase de la tarde con algo de comida en los braces, por lo que decidió no
hablar mucho, mejor dicho nada. Con cautela y pasivamente presenció todas sus
clases hasta las 6:20 de la tarde, cuando volvió a correr como psicópata o
adolescente recién robado, para tomar de nuevo el transporte que la llevaría a su
tercera y última universidad.
Las clases en esa universidad empiezan a
las 6:15 y siempre llegaba a las 6:35, por lo que Matilde, ya tenía su carita
de perrito regañado, hambriento y hasta atropellado ensayada. La que no siempre
funcionaba los lunes con su profesor, quien está un poco trastornado, casi o
más que ella. Luego del acostumbrado regaño y comentarios irónicos sobre la
juventud de su profesor, Matilde empezó sus clases nocturnas, que sin ganas de
parecer o ser arrogante y soberbia se le
hacían muy fáciles. Con la labor titánica de no dormirse, salió a las 9:40 de
su última clase, y con el cuerpo por el piso esperó a que sus padres pasaran
por ella.
Llegó a casa, se tiró en la cama y sólo se quitó los zapatos, lo cual
pensó que sería útil a la mañana siguiente, pero había olvidado que ya no
podría usar la misma ropa 3 días seguidos, así que la mañana siguiente sería y seguramente
fue aún más enredada y desastrosa que la pasada.
Mariangel M. O. Diciembre, 2010.